Estos son Sebastian y Mia en la escena final de La La Land, ‘La ciudad de las estrellas’.
Esta vez no voy a analizar la película. Quiero hablaros de su final y de cómo la vida nos permite cumplir algunos sueños y nos hace renunciar a otros. Unas veces por casualidad y otras, por elección.
SPOILER ALERT
Reconozco que tras su estreno llegué a La La Land con el cuchillo entre los dientes y un saco de críticas preparado. Pese a contar con dos de los actores que más me gustan; Ryan Gosling (Sebastian) y Emma Stone (Mia), imaginé un musical tibio y convencional y no podría haberme equivocado más…
Damien Chazelle, su director, ya me flipó en Whiplash y esta vez lo volvió a hacer. Hasta el punto de convertir La La Land en una de mis películas favoritas y su música, algo a lo que recurro con frecuencia.
De hecho, su partitura es una de las razones por las que empecé a estudiar piano.
Pero como ya os he dicho, el análisis o crítica de esta cinta son harina de otro costal.
Los 10 minutos que dura la secuencia final de la cinta son pura poesía.
Ni una sola línea de diálogo. Y no hace falta.
Ya sabéis, después de años sin verse, Mia entra por casualidad con su marido en el club de Sebastian y se encuentran por primera vez en mucho tiempo. En ese momento, al verla, Sebastian empieza a tocar el tema que compuso para ella y de repente todo lo ocurrido en esos años se reimagina de manera ideal, desde el día que se vieron por primera vez. La vida que pudo ser y nunca fue…
Al finalizar esa reinterpretación musical ideal de toda su vida hasta ese momento, la acción vuelve a la realidad.
Antes de abandonar el local, esos 5 segundos en que ambos se miran en la distancia y sin decirse nada, con el gesto, lo expresan todo… Eso, es un final en mayúsculas. Me atrevo a decir, es cine en mayúsculas.
Quizás uno de los momentos más simples, más bonitos y a la vez más duros del Hollywood de los últimos años.
Porque no nos engañemos, normalmente esa es la realidad.
El cine nos ha enseñado a creer en los finales felices, pero la vida se empeña en darnos hostias de realidad.
Sebastian consiguió su sueño de tener un club de jazz y Mia el suyo de ser actriz a costa de perderse mutuamente. Pese a la frustración y la tristeza de ambos, una simple sonrisa de Sebastian lo cambia todo en esos 5 segundos. Renunció al amor de su vida por verla cumplir su sueño, por verla feliz. No existe un gesto de generosidad y de amor mayor que ese.
Ambos aceptan en ese momento su destino.
Y lejos de edulcorar el momento, se miran, sonríen, entienden la situación y siguen adelante.
Este es un alegato a los finales de verdad.
A reconocer que casi nunca las cosas acaban «de película».
A la valentía del director de no haber hecho que Mia abandone a su familia por Sebastian, para conseguir un final Made in Hollywood.
A la esperanza de que algunos sueños pueden cumplirse, pese a los caros peajes que se pagan por el camino.
A la dura aceptación de que el amor de verdad puede que aparezca una sola vez y aún alcanzando después la felicidad casi completa, siempre quedará ahí la espinita de la vida que pudo ser y nunca fue.
La película te muestra que en la vida tendrás que elegir qué caminos tomar y cada que elijas uno, renunciarás a algo más.
Fue muy realista y hermosa, aún así, esos cinco segundos en los que se miran por última vez, rompieron mi corazón.