Barbería republicana

José-Cecilia-González

in memoriam José Cecilia González

Esta es la historia de José, mi bisabuelo, el barbero republicano de Aguilar de la Frontera (Córdoba).

José Cecilia González nació en la localidad cordobesa de Aguilar de la Frontera, sin que tengamos constancia de la fecha de su nacimiento.


Pertenecía a una familia humilde, siendo el único varón de cinco hijos: José, Rafaela, Carmen, Lola y Juana Cecilia González.
Casado en primeras nupcias, enviudó muy pronto, y siendo aún muy joven formó una nueva familia con Carmen Moriana Garrido, en el seno de la cual nació su única hija María del Carmen Cecilia Moriana.
De profesión barbero y de ideología republicana, José regentaba su barbería creemos, que en su domicilio de la calle Ramón y Cajal número, 14. En esta barbería las manifestaciones de júbilo y alegría tras la llegada de la República a España, así como tras el triunfo de las izquierdas en las legislativas de febrero del 36, se hicieron algo común. Expresiones como “Viva la República”, “Viva el Frente Popular” y otras costaron la vida a muchos inocentes.
Este parece ser que fue el delito cometido por José Cecilia González, su “gran pecado”, haber realizado en público algún comentario como los descritos anteriormente. Cuando en agosto de 1936, se produjo el golpe militar, alguien pintó en la fachada de su barbería el siguiente texto: “Barbería Republicana”.
De esta forma inculpaban a José Cecilia y lo condenaban a muerte.
Al día siguiente fue advertido por algún conocido que venían a por él, pero José no quiso huir, porque decía no tener nada que esconder ni temer.
Fue detenido y encarcelado en la prisión de Aguilar de la Frontera, a mediados de Septiembre de 1936. José permaneció encarcelado varios días en esta prisión. En el interior de la misma y acuciado por los acontecimientos que desde ella presenciaba a diario (paseos, sacas nocturnas y asesinatos) decidió poner fin a su vida, privando a sus verdugos de este acto. Utilizando su cinturón se colgó del cuello hasta morir. Ante la impotencia que sintieron sus verdugos al ver que ya no podían ellos arrebatarle la vida, en un acto de crueldad extrema, le remataron con el tiro de gracia allí mismo.
Dejó una hija muy pequeña, huérfana de padre y madre ya que su esposa había fallecido dos años antes de los acontecimientos descritos. María del Carmen Cecilia Moriana tenía entonces seis años; huérfana de padre y madre, fue acogida por su abuela, y a partir de entonces vivió a temporadas con cada uno de sus tíos, tanto paternos como maternos.
La muerte de José Cecilia González, fue inscrita diez años más tarde, en noviembre de 1946. Su cuerpo fue ocultado en una de las fosas comunes que en aquellos días habilitaron en el mismo cementerio municipal para hacer desaparecer a todos los desdichados que tuvieron la fatal suerte de morir fusilados por creer que podían vivir con más libertad y más justicia.
En aquellos días adquirir ideas libertarias y promulgar la igualdad social, fue sinónimo de dolor y de muerte.
Su única hija tuvo que padecer además el exilio interior, emigró y se marchó fuera de esta localidad, donde el recuerdo se convertía a menudo en dolor y sufrimiento. Ese mismo sufrimiento que acompañó a toda la familia toda la vida, hoy están dispuestos a contarlo. Porque no todo puede ser olvidado, buena parte de este relato ha sido recordado por la familia de José.

Este es el reconocimiento a José Cecilia González, mi bisabuelo y a su hija María, mi abuela.
A su valor y coraje, a su verdad silenciada.

La historia de José, harto conocida por los habitantes de Aguilar de la Frontera, ha sido recreada en varias ocasiones junto a la de miles y miles de damnificados por alzamiento de 1936.
Destacable la labor de novelización de Antonio Maestre Ballesteros, en la que relata una de las anécdotas más conocidas de la vida del Manana (mote por el que era conocido entre sus vecinos).

Anecdotario Republicano ‘La promesa del Manana’
por Antonio Maestre Ballesteros

Dedicamos el segundo capítulo del anecdotario a evocar un curioso suceso sentenciado el Viernes Santo de 1931 y cumplido en el de 1932. Al igual que el anterior relato es indicativo de la avidez con que muchos aguilarenses defendieron el advenimiento de las dos Repúblicas en España. En esta ocasión el protagonista fue un personaje de gran carisma y popularidad en su tiempo, debido a la profesión de barbero que ejercía y a la elocuencia con que discutía sus postulados ideológicos.

Su nombre era desconocido para la mayoría de los vecinos, ya que popularmente se le nombraba desde niño con el apodo de “el Manana”, denominación que tomó la propia barbería, tal como mostraba el cartelito colocado en la ventana y pintado adrede con los colores republicanos. Dicho local era un habitáculo que señalaba la frontera entre el Llano de la Cruz y la Calle Moralejo Segundo. Sus escasas dimensiones limitaba el acceso de clientes y contertulios, lo que convertía a la ventana en improvisado locutorio para los que se sentaban en el rebate o descansaban su cuerpo sobre la reducida fachada. En su interior,  las paredes oscurecidas por la vejez de la cal se adornaban con un espejo grande; dos jaulas de alambre; la repisa con el viejo radio cubierto por un pañito de encaje, y presidiéndolo todo, un marco de madera tras cuyo cristal se conservaba una antigua litografía del Nazareno que, según el propio “Manana”, estaba allí desde antes de que él llegase, antigüedad que respetaba porque -su agnosticismo estaba fuera de toda duda-.

De condición humilde, la vida del popular barbero estuvo marcada por las necesidades inherentes a las clases más pobres de aquella época. Penurias agravadas por las propias desdichas del personaje que provocaron que enviudase en dos ocasiones, teniendo tan solo una hija nacida del segundo matrimonio que quedó huérfana a muy corta edad.

Era un hombre de fuertes convicciones políticas que defendía con vehemencia gracias a su locuaz oratoria pulida en mil batallas mantenidas con los parroquianos asiduos a la barbería. Su ímpetu era equivalente al grado de tolerancia que ejercía, condescendencia reflejada en la diversidad ideológica de su clientela. Derrochaba sapiencia y soportaba estoicamente los embates de quienes, en muchas ocasiones sólo por turbarlo, le ponían la contra con argumentos bizantinos.

Su erudición y afición al debate político habían convertido la barbería en un “parlamento” en el que, ya fuese de mañana o  tarde, se ocasionaban improvisadas sesiones con turnos de réplica y contrarréplica, ocupando sus señorías, como escaños, las oscuras sillas de enea, el quicio de la puerta o la reja de la ventana. La política, en su máxima expresión popular, tomaba asiento todos los días en tan prestigiada cámara, donde el célebre fígaro aguilarense solía impartir lecciones  magistrales de republicanismo.

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¡Cuántas historias guardaban las cuatro paredes de aquel tabernáculo! Contaban que durante la dictadura del general Miguel Primo de Rivera “el Manana” y sus barbería eran vigilados desde el cercano Casino de la Unión Patriótica por el alcalde Vicente Romero. Tiempos difíciles para los entonces insurrectos demócratas que tuvieron que salvaguardar su integridad física sin dejar de defender sus ideales. Épocas gloriosas, por el contrario, para las coplas de carnaval que se arrogaron el mensaje político subversivo, y cuyos inspirados autores, compadres del maestro barbero, eran asiduos del lugar. En el compuso “el Niño Reyes” el célebre cuplé de “la calle de los Peligros “, y Eustaquio Monedero se inspiró, tras ver dar un resbalón a una mujer mientras lo afeitaba “el Manana” en el que bautizó con el nombre de “Por la calle Moralejo Segundo” .

“La otra tarde al llegar a mi casa me encontré a mi esposa que muy apená, yo le dije que es lo que te pasa y ella muy dolida se me echó a llorar,

Que al pasar por la calle Moralejo Segundo al cambiar de acera me quedé atascá, ya la han arreglado, se puede pasar, y ahora dice que no está conforme y al Ayuntamiento quiere reclamar,

Cayó en el barro serían las dos, pudo salirse a la oración, le pertenece medio peón”.

La caída del gobierno de Primo de Rivera , tras seis largos años de dictadura, dio paso a la denominada Dictablanda, tiempo en el que la tolerancia política permitió restablecer los debates a viva voz en el cenobio republicano del Llano de la Cruz. La posibilidad de un cambio de régimen se sentía cada vez más cercana y la inquietud por que se produjese llevó al barbero a protagonizar un anecdótico suceso, demostrativo del júbilo con que éste esperaba la llegada de la República.

Sucedió en la mañana del Viernes Santo de 1931. Ese día, único del año en el que “el Manana” no pelaba ni afeitaba, el local se convertía en una improvisada tasca a la que acudían clientes y amigos demandando la copa de Machaquito que tradicionalmente se repartía para celebrar la jornada de huelga. Era costumbre  de los presentes ver pasar por  la puerta la procesión del Nazareno, desde donde, con más voluntad que arte, se solían cantar saetas aguardientás, llenas de sátira, con las que el pueblo se identificaba masivamente.

“No hay perna como tu pena, no hay dolor ta dolorido, ni caenas que duren tanto como el pueblo las ha sufrido”

“Al pueblo que te quiere échale la bendición y a los que no quieren al pueblo tenlos Señor en compasión”

Estimulado el espíritu por el cante y el cuerpo por el destilado aguardiente consumido, el entusiasmo devocional y político de los asistentes se disparaba hasta extremos de haber originado más de un disgusto al pobre barbero, al que responsabilizaban los Civiles de promover dichos espectáculos. En el fondo, y aunque siempre lo negó, a él le complacía más que a nadie estas “fiestas”. Imbuido de dicho espíritu y estando el Nazareno en la puerta de la barbería a eso de las 7 de la mañana,  se asomó a la ventana y traspuesto de emoción hizo el amago de santiguarse  e interpeló en voz alta a la Sagrada Imagen:

– Maestro, si pa cuando vengas el año que viene ya tenemos República te prometo que me afeito en seco el bigote delante de to el mundo-.

Estimulado el espíritu por el cante y el cuerpo por el destilado aguardiente consumido, el entusiasmo devocional y político de los presentes se disparaba hasta extremos de haber originado más de un disgusto al propio barbero, al que responsabilizaban los Civiles de promover dichos espectáculos. En el fondo,  y aunque siempre lo negó, a él le complacían más que a nadie estas “fiestas populares”. Imbuido de dicho espíritu  y estando el Nazareno en la puerta de la barbería a eso de las 7 de la mañana, “el Manana” se asomó a la ventana y tras hacer el amago de santiguarse interpeló en voz alta a la Sagrada Imagen:

-Maestro: si pa cuando vengas el año que viene ya tenemos República te prometo que me afeito en seco el bigote delante de to el mundo- .

Como en un duermevela emocional pasaron los días de Semana Santa  “el Manana” y sus compañeros. Ellos limitaban sus vivencias cofrades al momento de ver pasar por la puerta de la barbería las procesiones. En esas fechas ambicionaban una meta política llena de expectativas -eran conscientes de que con las elecciones municipales convocadas para el 12 de abril podría llegar la ansiada victoria,  antesala de la proclama republicana-.

Aún retenía el aire ecos de tambores y las gotas de cera áurea manchaban las calles cuando amaneció el día de los comicios, domingo, por más señas, en el que el tropel de gentes que iban y venían  a las urnas hacían presagiar la victoria de la Coalición Republicana Socialista. Como penitenciados sayones aguardaron los resultados el clan de la barbería, sacralizando el tiempo de espera con tragos de vino que embriagaban el ambiente de ponderada felicidad. El augurado triunfo llegó de madrugada y la noche se hizo día entre cantes y bailes, entre abrazos y fraternidades.

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Dos días después la felicidad sería plena para los vetustos republicanos. El martes 14 de abril de 1931 los aires de libertad  arrastraron hasta el exilio a la Familia Real y desde el norte de España se expandió como un ciclón las balconadas republicanas. Informado “el Manana” de que en la Plaza de San José ondeaba al viento la bandera tricolor, éste abandonó apresurado el local y en un festivo peregrinaje con sus camaradas traspusieron hasta el ochavado recinto para contemplar hecho realidad el sueño que tanto habían perseguido.

Exultantes de alegría volvieron por sus pasos perdurando la euforia por muchos días. Al entrar de nuevo en el local, el barbero dirigió su mirada al cuadro que cobijaba la estampa del Nazareno y asintió con un movimiento de cabeza el cumplimiento de la promesa hecha días antes. Desde ese momento tuvo especial cuidado en mantener en perfecto estado de revista su poblado bigote.

Todo un año se pasó el susodicho soportando la guasa que originó la promesa entre los habituales del establecimiento. En su defensa y como evasiva solía argumentar que gracias a él el Nazareno había hecho el milagro y la República era ya una realidad en España. En sus adentros sabía que nada tenía que ver una cosa con la otra, y también que tendría que pulgar la osadía verbal hasta que llegase el próximo Viernes Santo.

Así pasaron los días y los meses, y el socorrido tema del afeitado del bigote estuvo presente en todos los mentideros del pueblo hasta convertirse en una cuestión de interés general. La expectación creada hacía prever que el Viernes Santo de 1932 la puerta del cuartillo alcanzaría una concurrencia de espectadores mayor a la de todos los años.

Por fin llegó el ansiado día. Bajo la luna de parasceve inició su marcial recorrido el Imperio Romano despertando la madrugada con estridentes redobles de tambor y lastimeros quejidos de cornetas. La Diana anunciaba la inminente salida de Jesús cuando la cuesta de la parroquia era ya un hervidero de gentes anhelantes por presenciar el popular rito del Prendimiento.

Entre los asiduos al ceremonial se hallaba el célebre barbero -incondicional del Imperio desde su juventud durante la que vistió algunos años la faldilla de raso y la coraza de lata-,  y al que gustaba seguir imitando la marcialidad de sus pasos. Nada más cruzar el Nazareno el umbral del templo, tras haber sido negado tres veces por Pilatos y mandado prender por el capitán de los romanos, “el Manana” tomaba dirección hacia la  barbería en cuya puerta esperaban ya los primeros adeptos para compartir la festiva mañana.

Ese Viernes Santo se vivió por todos ellos con un frenesí desmedido por la alegría del advenimiento de la República y la expectación de ver cumplir al barbero la singular promesa. Comediaba la procesión por “el Caballo de Santiago” y la puerta de la barbería se rodeaba ya de una multitud expectante por asistir al espectáculo anunciado.

Otro gran gentío bajaba con el Nazareno por el Moralejo para contemplar la inusitada escena. Como era costumbre, se detuvo la Imagen a la entrada del Llano de la Cruz -rotulado por las nuevas autoridades con los nombres de García Hernández y Fermín Galán-, mientras una desgarrada  saeta ambientaba el escenario donde sucederían los hechos.

Como el hijo de Abrahán, “el Manana” se dispuso para el sacrificio en la puerta de la barbería, pero el alboroto creado le obligó a inmolar el bigote en el interior del cuarto rodeado de sus más allegados. La agitación emocional le hizo temblar el pulso y, estremecido por la repercusión que había alcanzado su porfía, se mantuvo en todo momento en silencio. En esta ocasión, y al contrario de lo que recoge la cita bíblica,  no hubo ninguna voz divina que frenase la ejecución de la ofrenda, por lo que el afamado bigote fue rasurado con la rapidez y  maestría de un barbero con más de cuarenta años de oficio. Dijeron los testigos que, algo emocionado, “el Manana” sentenció tras terminar el trabajo: “consumatum est”.

Continuó la procesión su recorrido ajena al hecho relatado,  permaneciendo en la puerta de la barbería una gran muchedumbre deseosa de verificar con sus propios ojos la gesta del barbero, circunstancia que le obligó a salir a la calle entre vítores y aplausos. En el fondo, y a pesar del bochorno pasado, se sentía feliz ya que todo había derivado de la gloriosa proclamación de la Segunda República Española.

Como reza el refrán, poco dura la felicidad en la casa del pobre. Y poco tiempo se mantuvo la dicha republicana en una España atomizada por políticos ignominiosos. Una vez más los salvadores de la patria segaron los campos de flores y los sembraron de dolor y desconsuelo, alargó su tenebrosa sombra la muerte hasta enterrar la libertad del pueblo, y la justicia divina se impuso a la humana. ¡Volvieron los generales con sus dictaduras!.

Una pintada en la puerta del cuartillo señalaba la condena “barbería republicana”. Así apareció en la mañana del 18 de julio de 1936. Nada temió el desdichado barbero porque nada malo había hecho, aunque muchos le advirtieron que huyera ante el cariz que estaba tomando la situación. Varios meses después fue encarcelado, permaneciendo algunos días en prisión hasta que, conocedor del fin que le esperaba, tuvo la valentía de quitarse la vida ahorcándose con el cinto. Aún así, recibió el tiro de gracia de los falangistas que lo custodiaban y fue lanzado, con los demás fusilados, a la fosa del Cementerio.

Sirva este pequeño relato, inspirado en el hecho que protagonizó José Cecilia González, como homenaje a todos los represaliados aguilarenses que pagaron con sus vidas el sueño de Libertad y Justicia que consagraba la Segunda República Española.

Para finalizar, quiero dejaros un cortometraje de Jordi Gordon, ‘Dejadme Llorar. El genocidio olvidado‘.
Aborda la huella oculta que el genocidio franquista dejó en los hijos de los desaparecidos, perseguidos y asesinados por la dictadura, a partir del caso de Córdoba, en Andalucía. Esos niños de entonces, que hoy son ancianos, tuvieron que crecer bajo el terror, sin derechos, marcados por la tragedia, sometidos a una represión feroz, también emocional, sobre ellos y sus familias que le impedía manifestar el dolor y la pena. Todavía hoy, cuando se van a cumplir los 80 años del golpe militar, siguen sin ser reconocidos como víctimas y el genocidio franquista se mantiene en el olvido. Esas otras víctimas del franquismo siguen reivindicando verdad, justicia y reparación, pero sobre todo el derecho a recuperar a sus seres queridos de las fosas comunes y a la memoria que la democracia les ha negado durante 40 años.

Fuentes:
Aguilar Digital – Anecdotario republicano ‘La promesa del Manana 1a parte’
Aguilar Digital – Anecdotario republicano ‘La promesa del Manana 2a parte’
Público.es – Memoria Republicana
TodosLosNombres.org  (Rafael Espino Navarro)

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